MARÍA BLANCHARD

Cubista

Introducción

La exposición María Blanchard. Cubista supone un importante hito en la ya larga trayectoria expositiva de la Fundación Botín. En buena parte eso es así gracias a la oportunidad que ha supuesto unirnos al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía para hacer posible un proyecto gestado en la Fundación desde hace mucho.

El objeto de esta exposición y la que posteriormente se mostrará en Madrid es contribuir a situar a María Blanchard, artista universal nacida en Santander, en el lugar que merece como figura clave en la renovación artística de principios del siglo XX.

La Fundación Botín y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía se unen para hacer posible un proyecto largamente gestado: que la exposición y la publicación de este exhaustivo estudio sobre la artista María Blanchard traspase las fronteras de lo local y muestre la importancia de la artista en toda su dimensión, huyendo de tópicos y situándola en el entorno apasionante en que trascurrió su vida y su creación.

María Blanchard (1881-1932) figura clave en las vanguardias históricas, santanderina que transcendió su territorio y con gran valor y esfuerzo aposto por su trabajo, llegó a ser una figura clave entre aquellos creadores que con su arte y aportaciones participaron en la apasionante renovación artística que a principios del siglo XX fue la base de las futuras manifestaciones artísticas que estaban por llegar.

Blanchard desde su primera etapa de formación hasta sus últimos trabajos es coherente y asume con rigor el papel que la pintura tiene en su vida. Es el eje que la rige, la que motiva sus estudios, sus experiencias, sus viajes, sus amistades… De ella vivió y con ella alcanzó el reconocimiento de sus contemporáneos lo que la permitió introducirse en los círculos artísticos y profesionales del Paris efervescente y cambiante de principios del siglo XX en el que hombres y mujeres, artistas en definitiva, trabajaban juntos.

La propuesta expositiva que se presenta en las salas de la Fundación Botín gira en torno a su trabajo cubista, momento primordial en su trayectoria, periodo en el que afianzó su proceso creativo y constituyó el poso sobre el que asentar su posterior etapa de madurez.

María Blanchard. Cubista trata de poner en valor, la aportación de una mujer entregada en su totalidad al arte, que encuentra en la práctica del cubismo, un orden, una pureza y un ascetismo, que le permite demostrar que plásticamente está a la altura de los mejores pintores de la vanguardia. Es un momento álgido en su vida y en su obra.

La muestra recoge fondos internacionales, gran parte de ellos no expuestos nunca en España, e incluye dibujos, trabajos inéditos o poco conocidos que nos permitirán descubrir su talento y la evolución que caracterizó esta etapa. Así desde un primer cubismo, en el que ejecuta obras sencillas con elementos figurativos fácilmente identificables, evoluciona hacia un cubismo más sintético en el que reduce la temática a los elementos realmente esenciales.

El cubismo como movimiento tiene un final, coincidente con la posguerra, y lo mismo ocurre en la obra de María Blanchard. La etapa finaliza pero no así sus aportaciones y su trabajo creativo que se podrá descubrir en la segunda etapa de este proyecto en las salas del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.

La Fundación Botín y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía quieren agradecer a todos los que han hecho posible este proyecto con él que se situará a María Blanchard en el lugar que le corresponde en la Historia del Arte como figura clave en la renovación artística de principios del siglo XX.


Emilio Botín
Presidente Fundación Botín








El cubismo, entre cuyas ramificaciones creció María Blanchard, supone la reordenación moderna de nuestra mirada sobre el mundo. Y como tal configura el nudo gordiano de toda una reinterpretación del entorno que se había iniciado años antes de su articulación canónica por parte de Picasso, Braque o Juan Gris. Sin embargo, su intención totalizadora, su revolucionaria capacidad de alteración de los principios que habían sustentado la teoría y la práctica de la pintura desde el Renacimiento, pronto se topó con una realidad que escapaba a cualquier propuesta inicial: la expansión de su discurso y las diversas aproximaciones al cubismo por parte de nuevos artistas desbordó lo que muchos interpretaron como mero estilo para convertirlo en una categoría plural y poliédrica casi inasible. Estas derivas no pueden entenderse sin el advenimiento de la Gran Guerra y el impacto de ésta en la conciencia colectiva universal ni sin las respuestas que el conflicto generó, con frecuencia unidas en torno al limitador titular que define un gesto reactivo: el “retorno al orden”.

La pluralidad de réplicas de menor grado de intensidad que surgen del gran movimiento de tierras provocado por el cubismo son acaso el elemento que, desde una nueva perspectiva de la historia del arte, nos devuelven la imagen del siglo XX como un mapa complejo donde lo local, lo reactivo, lo aparentemente derivativo y lo tardío cobran un nuevo papel; son una de las facetas del complejo poliedro de la modernidad. La obra de María Blanchard propone, en este contexto, un caso de estudio en el que se entrecruzan elementos diversos que han ido saliendo a la luz en el proceso de investigación previo a esta exposición, como los relativos a cuestiones de género, condición social y física o religiosidad. La producción pictórica de Blanchard emerge como un capítulo que muestra estrategias de adaptación y resistencia a los embates de la historia, pero también a los límites sociales impuestos a una condición femenina en la que la artista encontró difícil encaje. En este sentido, la luz que aportan nuevos estudios sobre la mujer se une a las herramientas que nos permiten reinterpretar los movimientos artísticos del período desde una nueva óptica. Una anécdota referida con frecuencia nos aporta una primera clave: Léonce Rosenberg, quien fuera galerista de María Blanchard durante el período central de su carrera, prescindió de su obra en el contexto de crisis de ventas de la década de 1920 bajo el pretexto de encontrar en su producción un “cubismo superficial”. Tal acusación partía de una apresurada interpretación de este movimiento como un conjunto dogmático de propuestas teóricas que devuelven un reflejo visual de componentes concretos y reconocibles. Sin embargo, vista en perspectiva, la obra de Blanchard conforma una sutil respuesta al callejón sin salida del lenguaje cubista en el momento en que su supervivencia dependía no tanto de la forja de su gramática como de la aparición de dialectos. Es ahí, en esa elaboración de lenguajes espontáneos en los que lo local, lo familiar y lo íntimo tienen más peso que lo articulado o lo normativo, el punto en el que lo anteriormente considerado derivativo o manierista cobra un nuevo valor. El centro no se sostiene sin el peso de la periferia.

El citado gesto de rechazo del galerista nos sitúa, no obstante, ante una realidad: María Blanchard fue, en muchos sentidos, una outsider, un ser humano que no encontraba fácil acomodo en los modelos que se le presentaban como artista y como mujer en un determinado contexto social. En este sentido, sería tan erróneo dejarse llevar exclusivamente por lecturas de su obra en clave biográfica (en la medida en que se ha hecho, de manera abusiva, con Picasso) como desdeñar por completo el soporte vivencial que transpira en gran parte de su producción: María Blanchard fue una mujer marcada por la deformidad física en un momento en que el retorno al orden en el contexto francés imponía conceptos clásicos como la gracia y el encanto, aplicados a modo de canon estético y por tanto con un efecto directo sobre la forja del género. El concepto freudiano de lo uncanny, aquello que resulta familiar y a la vez extraño, cercano pero perturbador, como los maniquíes, los muñecos infantiles o las figuras realizadas en cera parece asomar poco a poco en su pintura y, ante esa constatación, lejos de un cubismo superficial que anuncia su propia muerte, esta artista toca tangencialmente otras tantos aspectos que no hacen sino vivificarlo y pluralizarlo.

Es necesario, en este sentido, anotar que María Blanchard encontró su lugar en el mundo en el momento en que forzó su postura desde el objeto-mujer hacia el sujeto-mujer, alejándose así de artistas contemporáneas que aún basculaban entre el artista y la modelo. Rompía así desde su particular condición la idea del cuadro como ventana al tiempo que rechazaba el lienzo como espejo. No parece apresurado aventurar que en ese gesto se materialice una convicción pre feminista; como tampoco deja de resultar interesante que Blanchard optase, de todas las opciones estéticas a su alcance, por aquella que, aún en su momento de llegada a París, resultaba más arriesgada. En su intento por arrojar una mirada distinta sobre el mundo, como quiso Marcel Proust, parece yacer el deseo de que esa mirada un día le sea devuelta no como reflejo sino como respuesta, consciente de su aspecto físico, tildado entonces de monstruoso. Y es entonces (cuando ya, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, ha llevado el cubismo hasta el borde de la abstracción), en los años entre el fin de la Primera Guerra Mundial y la fecha de su muerte (1932), cuando persigue una serie de temas recurrentes que, si bien se han situado históricamente en las cunetas del dogma, (debido a su difícil acople en el discurso unívoco de la modernidad), hoy aparecen con la potencia de una réplica contra dos tipos de limitación: por un lado el hermético catálogo iconográfico que le ofrecía el cubismo; por otro la de las imposiciones relacionadas con el género. Se mueve entonces entre una recuperada religiosidad, escasamente considerada hasta hoy, y la insistencia en temáticas clásicas asociadas a una visión femenina del mundo, acaso en persecución de un femineidad otra. Blanchard pasa del cubismo como contestación a la mirada burguesa a temas de interior íntimo, maternidades, escenas familiares. El dialecto se vuelve koiné, lengua común de su propio universo.

Con todos estos aspectos en mente, ¿qué nuevas vías puede abrir su pintura si, en lugar de considerar su gesto pictórico poscubista como un paso atrás, lo asimilamos al de artistas hoy tan incontestados como, por ejemplo, Medardo Rosso, quien impugnó todo un mundo desde una iconografía limitada y un origen periférico? ¿Qué nuevas vías puede abrir la toma en consideración de su obra como representativa del juego de avances y repliegues que definen el siglo XX?

Las exposiciones organizadas por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y la Fundación Botín dan claves y lanzan hipótesis: en primer lugar, la muestra se centrará, en su primera sede santanderina, en el período cubista, lo que permitirá emprender las primeras impugnaciones a cualquier visión unívoca del movimiento y calibrar su aportación individual; en segundo lugar, en el Museo Reina Sofía, la visión de conjunto abordará al personaje en sus diversos contextos, desde la España regeneracionista al París de entreguerras, un panorama que permitirá escuchar, simultáneamente, las diversas voces de la artista.

En la elegía presentada en el momento de la muerte de la artista, Federico García Lorca habló de María Blanchard como “una sombra”, un personaje “asustado en un rincón”; esa oscuridad ha permanecido hasta ahora, pues durante décadas se ha asimilado su obra sin plantear estas cuestiones, se ha neutralizado, de alguna manera, su potencial. En su conjunto, las dos muestras que presentamos en este volumen arrojan, en el 80 aniversario de su desaparición, nueva luz sobre Blanchard, sin exigirle que abandone ese espacio íntimo, sólo en apariencia sombrío, en que se esconde todo un mundo.


Manuel J. Borja-Villel
Director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Iñigo Sáenz de Miera
Director General de la Fundación Botín























María Blanchard

La gran desconocida

  • María Jose Salazar
    Comisaria de la exposición

María Blanchard ha sido, y aún sigue siendo hoy, la gran desconocida del grupo de artistas que consolidaron la renovación artística de principios del siglo XX. Pese al tiempo transcurrido, una serie de hechos ajenos a su devenir artístico hicieron que su vida fuera relatada con grandes lagunas y enormes contradicciones y su obra permaneciera en un segundo plano respecto a sus coetáneos y amigos de la vanguardia. Sin embargo, Blanchard igualó y en algunos casos superó a éstos, especialmente por su personal manera de entender y sentir el cubismo.

Sus diferentes biógrafos han incidido reiteradamente en su apariencia física, dando la impresión de que fue la impronta que definitivamente marcó su vida y su obra, novelando su historia y olvidando su lucha y su relevancia artística. Si bien es cierto que su aspecto condicionó su vida, no lo es menos que su fuerte personalidad y su dura existencia forjaron el respeto de sus compañeros, quienes llegaron a aceptarla como uno más, en un medio culturalmente dominado por los hombres.

Gran parte de sus aportaciones artísticas cayeron en el olvido, pues tras su fallecimiento y pese a que María trabajaba entonces con importantes galerías de Francia y Bélgica, toda su producción fue retirada por su familia, hecho que dificultó el conocimiento y la difusión de su obra, iniciándose un largo periodo de oscuridad.

También en España fue tardío el conocimiento de su obra y más aún su reconocimiento como una gran artista. Baste señalar que tras la exposición organizada en 1915 por Ramón Gómez de la Serna, Los pintores íntegros, no se volvería a mostrar su obra hasta el Primer Salón de los Once, que tuvo lugar en la Galería Biosca de Madrid en 1943 y tan sólo 33 años después, en 1976, se expondrá de nuevo su trabajo en esa misma galería. Al año siguiente se muestra en la Galería Sur de Santander y tres años más tarde en la Sala Gavar de Madrid.

Del mismo modo, las exposiciones retrospectivas sobre la artista han sido muy escasas, pudiendo destacar, por su carácter científico, las tres siguientes: la primera en la Galerie L’Institut de París en 1955 en torno a su etapa cubista; la segunda, de carácter retrospectivo, en el Musée de Beaux-Arts de Limoges en 1965, comisariada por Marie-Madeleine de Gabrielli, y la tercera igualmente antológica, que comisarié con motivo del centenario de su nacimiento, en el Museo Español de Arte Contemporáneo, organizada por el Ministerio de Cultura, que supuso la presentación por primera vez en España de toda su producción.

Son múltiples las razones que nos conducen a la propuesta expositiva que se presenta, y todas ellas giran en torno a su trabajo cubista (1913-1919), con una limitada revisión de sus obras anteriores (1907-1913), que de alguna manera influyeron en sus trabajos posteriores, y un tercer bloque de obras representativas del retorno a la figuración en los años finales de su vida (1919-1932).

Sus obras de juventud adolecen de una personalidad artística propia y son, como ocurre en la mayoría de los casos, permeables a la influencia de sus diferentes maestros, pudiéndose rastrear la presencia en ellas de Fernando Álvarez de Sotomayor, Emilio Sala, Manuel Benedito, Hermenegildo Anglada Camarasa y Kees Van Dongen. Pero hay que destacar sin embargo que sus trabajos de estos primeros años, poseen un nivel muy superior a los de gran parte de los pintores que en esos momentos trabajaban en España.

En esta primera etapa centra su iconografía en el retrato, a través del cual podemos rastrear su evolución. Pasa de los colores sobrios y el dibujo firme, sujeto al tema, a una mayor riqueza colorista, un tanto expresionista, una materia más rica y densa, utilizando la espátula y una factura más suelta, liberándose progresivamente del atavismo tradicional.

Tras esta etapa, en la que por ósmosis asimila la obra de otros grandes artistas, se inicia con gran personalidad en el cubismo, su obra más desconocida, ensombrecida por la preferencia de críticos e historiadores por su producción figurativa. Pero si hay una gran pintora cubista, esa es María Blanchard, quien se adentra con pasión en un movimiento que sin duda conocía desde los años de la Primera Guerra Mundial, como sabemos por las descripciones, críticas y escritos que sobre su obra nos han llegado.

No cabe duda, en mi opinión, de que la obra cubista de María Blanchard supera a la de conocidos coetáneos: Albert Gleizes, Auguste Herbin, Louis Marcoussis, Jean Metzinger o Fernand Léger. Si a ello añadimos las pocas mujeres que esporádicamente realizaron trabajos cubistas, como Sonia Terk Delaunay y Alice Halicka de Marcoussis con una obra muy puntual o Marie Laurencin, compañera de Apollinare en esos años, nos damos cuenta de la importancia de María Blanchard dentro del movimiento cubista.

En la obra de Blanchard hay una clara evolución. Desde un primer cubismo en el que ejecuta obras sencillas, con elementos figurativos fácilmente identificables, que representa mediante formas geométricas en planos superpuestos y que sitúa su producción cercana a la de Diego Rivera, evoluciona hacia un cubismo más sintético, de la mano, sin duda, de Juan Gris, al que no sólo le unen lazos de amistad, sino también postulados estéticos.

En estas composiciones reduce la temática a elementos esenciales, expresados mediante planos expuestos desde diversas perspectivas. Son obras muy cercanas a las composiciones musicales o naturalezas muertas de Picasso, Braque o Gris, en las que representa de forma objetiva los elementos que contempla, utilizando en ocasiones el collage como parte sustancial de las mismas. Sin embargo, María Blanchard es más libre en la interpretación de los temas, que los artistas mencionados. Su poética en el uso del color, le confiere una definida personalidad que de alguna manera enmarca su obra dentro de los parámetros artísticos del orfismo, denominación que Guillaume Apollinaire asignó en 1913, a la tendencia colorista y un tanto abstracta del cubismo.

Se trata pues, de un cubismo muy personal que se distingue por su rigor formal, su austeridad y el dominio del color.

Con estas obras no sólo alcanzará el éxito, sino también el reconocimiento de marchantes, críticos y artistas. No llegará a crear escuela, pero contribuirá al desarrollo del movimiento cubista, con la misma categoría y entidad que los demás artistas de su generación.

María encuentra en la práctica del cubismo una vía de expresión que le permitirá demostrar que, plásticamente al menos, está a la altura de los mejores pintores de la vanguardia. Es un momento álgido en su vida y en su obra. No sólo realiza algunas de sus mejores composiciones, sino que es además la época en la que comparte experiencias con sus amigos, Diego Rivera, Jacques Lipchitz, Juan Gris y André Lhote, por citar a los más cercanos.

Resulta muy significativo que artistas de esa talla la aceptaran en su grupo sin el menor reparo, llegando incluso, como ocurre con Rivera y Gris, a compartir taller, viajar juntos por Europa durante largos periodos, y asistir a las habituales tertulias artísticas de París. Recordemos una vez más, que es una “mujer artista”, en un mundo creativo dominado por los hombres.

Las obras de este periodo llaman la atención del marchante más importante del momento, Léonce Rosenberg, quien la contrata en 1916 para su galería, L’Effort Moderne, organizándole tres años más tarde su primera exposición individual con trabajos cubistas.

El conocimiento de su obra se traduce en un reconocimiento universal. En 1916 es seleccionada por André Salmon para participar en la exposición L’Art Moderne en France, que presenta en el Salon d’Antin de París; en 1920 es elegida por la revista Sélection para la exposición Cubisme et Neocubisme, que presenta en Bruselas junto a Picasso, Braque, Severini, Lipchitz, Metzinger y Rivera; al año siguiente formará parte de la mítica muestra Exposició d’Art francés d’Avantguarda en la Sala Dalmau de Barcelona.

Sus obras alcanzan tal calidad, que llegan a ser confundidas en diversas publicaciones con obras de Juan Gris, e incluso expuestas con su nombre. Kahnweiler asevera en los años cuarenta, que algunos desaprensivos eliminan de los cuadros la firma de María Blanchard para añadir la de Gris por su mayor valor en el mercado. Incluso Diego Rivera destaca la importancia de su obra: “Su paso por el cubismo produjo las mejores obras de éste, aparte de las de nuestro maestro Picasso”. Jacques Lipchitz, por su parte, reconoce que María Blanchard aporta al cubismo plasticidad y especialmente sentimiento.

Historiadores como Waldemar George o Maurice Raynal destacan su extrema sensibilidad y su fuerte carácter hispano, cuya influencia detectan en los tonos verdes, negros y marrones utilizados, y especialmente en su temática favorita, las naturalezas muertas, cuya producción es señalada como continuadora de la pintura tradicional española, en la línea de Sánchez Cotán o Zurbarán.

En el comienzo de los años veinte, como ocurre con tantos artistas del momento, su arte evoluciona hacia nuevas formas deudoras de su paso por el cubismo. Su incursión en el movimiento denominado Retour à l’ordre no es más que una salida personal a sus necesidades de evolución artística. La representación del objeto deriva hacia una obra figurativa, en la que todavía subyace la estructura geométrica del cubismo y cuya composición volumétrica y disposición lumínica nos acerca a la obra de Cézanne.

Se adentra en esta nueva etapa con un modo de expresión propio, sirviéndose de la figura humana como legataria de sus propias vivencias interiores, lo que confiere a sus obras una personalidad característica. Es este un periodo muy interesante, con un punto de inflexión en1927, que redunda en una iconografía más sensible, melancólica, y poética, en la que por debajo de la técnica, el color y el dibujo, subyace un profundo sentido de la realidad.

Insignes marchantes franceses y belgas del momento, como Paul Rosenberg, Max Berger, el Doctor Girardin, Frank Flausch, Jean Delgouffre y Jean Grimar buscan su obra y cierran con ella importantes contratos.

No hay duda de que la experiencia vital de un artista acaba por influir en su obra, pero la evidente influencia de la vida de María Blanchard en su obra, es un elemento diferenciador que la distingue. María aporta a la pintura el sentimiento dramático de su propia existencia, lo que confiere un carácter trascendental a sus personajes. Pero paradójicamente el devenir de esa vida, le condena al olvido. Quizá los aspectos más dramáticos de ésta, su enfermedad, su apariencia física o su soledad, cercenaron su valoración como artista.

María Blanchard vivió una época compleja, como artista y como mujer, que le obligó a duras renuncias, tanto en lo social como en lo material, para poder entregarse plenamente a la pintura. Desde un punto de vista conceptual, la transferencia de la experiencia vital, el dolor y el sufrimiento a los personajes representados en el lienzo, permite trazar un cierto paralelismo entre su trabajo y el de la mexicana Frida Khalo.

Pese a los innumerables escritores y críticos que se han ocupado de la artista (entre otros, José Bergamín, Federico García Lorca, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la Serna, Pierre Cabanne, Jean Cassou, Paul Claudel, Pierre Courthion, Maurice Raynal o Waldemar George) su biografía sigue salpicada de inexactitudes y su obra sigue sin ser suficientemente conocida.

Esta muestra trata de poner en valor la aportación de una mujer entregada en su totalidad al arte durante los primeros años del siglo XX y a la que su amigos, grandes artistas, reconocieron como otra grande. Mientras que para Gris la artista “tiene talento”, para Lipchitz María Blanchard “era una artista sincera y sus cuadros contienen un sentimiento doloroso de una violencia inusual”, y para Diego Rivera, su obra “era la plástica pura”.
























Información

EXPOSICIÓN MARÍA BLANCHARD. CUBISTA

Sala de exposiciones Fundación Botín
Marcelino Sanz de Sautuola, 3. Santander
Del 23 de junio al 16 de septiembre de 2012
Horario diario de 10,30 a 21 horas


ACTIVIDADES EN TORNO A LA EXPOSICIÓN

Germaine Dulac. Visiones del cine integral
Comisaria: Berta Sichel
Salón de actos. Pedrueca, 1. 20,30 h.

Las proyecciones conectan a Germaine Dulac (1882-1942) y María Blanchard (1881-1932), ambas comparten su condición de artistas de vanguardia en las primeras décadas del siglo XX.

19 JULIO

PRESENTACIÓN BERTA SICHEL
Disque 957, 1928
La coquille et le clergyman, 1927
Théme et variations, 1928

21 JULIO

La souriante madame Beudet, 1922
Étude cinématographique sur une arabesque, 1929
L’invitation au voyage, 1927

31 JULIO

Disque 957, 1928
La coquille et le clergyman, 1927
Théme et variations, 1928

2 AGOSTO

La souriante madame Beudet, 1922
Étude cinématographique sur une arabesque, 1929
L’invitation au voyage, 1927

Descubre el cubismo con María Blanchard

Actividad didáctica con formato de visita-taller
destinada a niños entre 6 y 11 años.
Sala de Exposiciones. Marcelino Sanz de Sautuola, 3. De 12 a 13,30 h
Jueves, 19 y 26 de julio
Jueves, 2, 9 y 23 de agosto
Jueves, 6 de septiembre

Visitas comentadas

Sala de Exposiciones. Marcelino Sanz de Sautuola, 3. 20 h.
Jueves 19 de julio - Mª José Salazar, comisaria de la exposición
Jueves 9 de agosto - Salvador Carretero, director MAS

Visitas de grupo.

Previa petición en el teléfono +34 942226072







Créditos

Comisión Asesora
Fundación Botín

Vicente Todolí. Presidente
Paloma Botín
Udo Kittelman
Manuela Mena
Mª José Salazar

Comisaria

Mª José Salazar

Jefa del Área de
Exposiciones MNCARS

Teresa Velázquez

Coordinación MNCARS

Gemma Bayón

Coordinación
Fundación Botín

Begoña Guerrica-Echevarría
Amaia Barredo

Gestión

Natalia Guaza
Ana Torres

Registro

Clara Berástegui
Iliana Naranjo
Sara Rivera

Responsable de restauración

Rosa Rubio

Restauración

Beatriz Alonso
Margarita Brañas
Cristina López

Diseño de montaje
Fundación Botín

TresDG/ Fernando Riancho

Seguros Fundación Botín

AXA art España



© Fundación Botín, MNCARS y autores