Jill Cook

LOS OBJETOS Y SUS ORÍGENES

Solo ha transcurrido poco más de un siglo desde el descubrimiento y la aceptación del arte rupestre de Altamira i. Desde entonces se han encontrado muchos otros yacimientos en España, Francia, Italia, Bélgica y Gran Bretaña (fig. 1 II ). Algunos son famosos en el mundo entero y gozan de gran admiración por albergar las obras de arte europeo más antiguas que se han hallado hasta la fecha, pero estas no fueron las únicas obras de este período. También se realizaron un gran número de pequeñas esculturas, dibujos, modelos y ornamentos en la entrada de las cavernas, en campamentos instalados al abrigo de acantilados, debajo de voladizos de piedra o, en algunas partes de Europa y Eurasia, donde dicha protección no podía obtenerse de forma natural, en asentamientos al aire libre, en el interior o alrededor de tiendas de campaña o cabañas construidas con pieles de animales a modo de paredes. Estas imágenes son las que constituyen el tema principal de la presente exposición.


Fig. 1. Mapa de los yacimientos mencionados en el texto

Son muchas las pequeñas obras escultóricas, dibujos y adornos hechos a partir o sobre hueso, asta, marfil y piedra. Estos pequeños objetos de arte mobiliar suelen encontrarse entre los residuos de la vida cotidiana, junto a los restos de animales a los que habían dado caza para obtener comida, y materiales y herramientas líticas, pero parece que algunos fueron colocados aparte o en entornos especiales. Algunos fueron realizados con admirable destreza por expertos artistas. Las imágenes esbozadas, imaginadas, realistas o caricaturizadas que aparecen en ellos se corresponden con las de los mismos animales que hallamos representados en los profundos corredores y cámaras subterráneas, si bien es posible que su público y significado fueran distintos. Al igual que las pinturas de las cuevas, nos descubren a seres humanos conscientes, capaces de imaginar, pensar, razonar y, sobre todo, de comunicarse con palabras, dibujos, símbolos y música. Se trata de facultades de la mente propias de un cerebro bien desarrollado. Al identificar el uso de la imaginación, la abstracción, la composición, la perspectiva, la dimensión, la percepción espacial, la escala y la forma en pinturas de las cuevas y en las piezas mobiliares, podemos concluir que en aquellos tiempos el cerebro funcionaba del mismo modo en que lo hace ahora. Desde un punto de vista neurológico puede afirmarse que todo arte es producto del cerebro moderno III, y las imágenes de la última Edad de Hielo forman parte de la dilatada historia del arte. Para comprender un poco sus orígenes, debemos tener en cuenta el motor que lo articulaba.


EL ARTE COMIENZA CON EL CEREBRO

La creatividad es una habilidad mental exclusivamente humana, y el motor que la impulsa es un cerebro complejo, con un córtex prefrontal muy desarrollado. Esta zona, situada en la parte delantera del cerebro, es la que articula todas nuestras funciones «ejecutivas», como la creatividad, la planificación y la toma de decisiones, además del comportamiento social. IV El complejo cerebro moderno es esencial para la producción artística. Ha ido evolucionando lentamente a lo largo de dos millones de años, pero, si bien resulta posible seguir la evolución del esqueleto humano a través del tiempo investigando huesos conservados, los cráneos no nos revelan gran cosa acerca de la complejidad o las facultades del cerebro. La aparición en Europa, hace unos 40.000 años, de representaciones de animales y personas, así como de seres imaginarios, motivos decorativos y símbolos indica la llegada del cerebro moderno y de la mente creativa que sustenta. Para comprender dónde y de qué forma se desarrolló dicha modernidad, y para descubrir los primeros signos de la expresión simbólica, debemos retroceder en el tiempo y analizar lo que conocemos acerca de la evolución de nuestros asombrosos cerebros.

Según escribió Charles Darwin, resulta fácil apreciar que el esqueleto humano se relaciona con el de los grandes simios, con quienes compartimos gran parte de nuestra historia evolutiva, pero la diferencia en nuestras habilidades mentales puede hacer que algunas personas alberguen ciertas dudas acerca de esta conclusión. V Para comprender qué nos convierte en unos seres conscientes y pensantes, distintos de otros animales, incluyendo los chimpancés, nuestros parientes genéticos más cercanos, debemos recurrir a la neurología, la ciencia del cerebro. La neurociencia se ha desarrollado de forma espectacular en los últimos tiempos gracias a la invención de diversos métodos de análisis que proporcionan imágenes de cómo el cerebro se activa mediante distintos tipos de actividades, así como a estudios de caso de las limitaciones que sufren los pacientes que presentan ciertas áreas del cerebro dañadas. VI Los estudios de investigación más complejos han llegado a realizar un mapa de las células cerebrales y sus conexiones. Hasta la fecha no se ha logrado ir más allá de un gusano nematodo, pero en el futuro esta técnica será tan revolucionaria para comprender nuestra materia gris como lo ha sido el mapa del genoma humano en la descripción de nuestros orígenes, relaciones y causas de numerosas enfermedades VII.

Todos los animales poseen unas células nerviosas especializadas llamadas neuronas. Podemos imaginarnos cada una de estas diminutas células como un árbol con múltiples ramas y ramitas. Los puntos en los que partes de una célula tocan a otras se denominan sinapsis y proporcionan las vías por las que la información se puede transferir a través de señales químicas y eléctricas. Esto es lo que los científicos denominan «conectoma». La formación y eliminación de neuronas y sinapsis en el conectoma humano se han sucedido a lo largo del tiempo, junto con la modificación de nuestra composición genética y la variación en las señales que se transmiten a través de la red como resultado de estímulos externos y de la experiencia. Gracias a esta evolución, el cerebro humano moderno hace que podamos comunicarnos y utilizar pensamientos complejos, incluso abstractos, a través de los símbolos de las palabras y las imágenes. La creatividad proactiva impulsada por esta superautopista de pequeñas células grises nos permite transformar el mundo a través de la tecnología y la cultura.

En los organismos más simples, la transferencia de información a lo largo de las sinapsis permite que el sistema nervioso central produzca respuestas ante la comida, el sexo y las situaciones de peligro ante señales externas. En los animales con cerebro, las conexiones son más complejas, de modo que, en lugar de reacciones, se produce la comunicación de la información sobre los alimentos, la disposición a aparearse y el peligro por medio de señales tales como gritos y manifestaciones vocales, sin embargo, solo los seres humanos han desarrollado la capacidad de un comportamiento proactivo mediante la externalización de sus pensamientos por medio del lenguaje y la elaboración de objetos. Esto no solo nos ha permitido utilizar la cultura y la tecnología para romper las barreras que impone el entorno al resto de los animales, sino que también nos ha brindado la capacidad intrínsecamente humana de reconocer y especular sobre el pasado y el futuro. VIII Este es el «eterno presente» de un instinto fundamental para el arte que nos permite establecer una conexión a través del tiempo y pensar que parte de nuestra vida continúa después de la muerte, puesto que el descubrimiento y la reinterpretación de obras antiguas las sitúa en el marco de nuestras percepciones y tiempos.


Fig. 2. Bifaces líticos de Olduvai Gorge,
Tanzania (Altura: 13,6 y 23,8 cm)

En el registro arqueológico, las herramientas líticas conocidas como útiles bifaces representan la prueba más antigua que atestigua la existencia de seres humanos con un cerebro capaz de exteriorizar el pensamiento (fig. 2). Las hachas, cantos tallados y lascas anteriores eran una respuesta tecnológica más sencilla a la necesidad de obtener suficientes alimentos, que nutrían el desarrollo de un cerebro hambriento de calorías, pero parece que los bifaces van más allá. X En muchos casos no solo se elaboraron para realizar un trabajo concreto, sino que, además, debían presentar un aspecto atractivo. Su tamaño, la consistencia de la forma, la simetría y la elección de los materiales con los que los elaboraban sugieren que no se trataba de objetos puramente funcionales, sino que transmitían mensajes de sus creadores, a modo de comunicación o descripción. Revelan la clara utilización de un modelo mental para producir formas tridimensionales que se parecen muy poco o en nada al trozo de roca con el que fueron hechos usando otra piedra a modo de martillo. Esto requería ciertas capacidades mentales ejecutivas, como la planificación y la toma de decisiones que hacen uso del córtex prefrontal, lo que tal vez estimuló su desarrollo. Los experimentos modernos, en los que se analizan los cerebros de participantes que acaban de hacer un útil bifaz, indican que el área activa del cerebro empleada para realizar dicha actividad se superpone con la utilizada para el habla, lo que sugiere que hacer cosas y hablar se desarrollaron de manera conjunta cuando nuestros primeros antepasados tuvieron que encontrar nuevas formas de unión e interacción. XI

Los útiles bifaces aparecen por primera vez en el registro arqueológico del África oriental hace unos 1,6 millones de años. Sus creadores se dispersaron gradualmente por el sur de Asia, Oriente Medio, Eurasia y Europa hace aproximadamente un millón de años, pero los bifaces prácticamente no experimentaron ninguna modificación durante mucho tiempo. La mente que los producía era limitada, tal vez una proto-mente, pero también cabe la posibilidad de que se desarrollaran de un modo que no ha dejado ningún rastro físico en el registro arqueológico. Así, por ejemplo, compartir la comida o establecer vínculos de unión a través de la música podría haber conllevado procesos de pensamiento capaces de representar las emociones a través de las cuales las capacidades cognitivas y ejecutivas de la mente siguieron empleando y desarrollando la zona frontal del cerebro.XII

Si los bifaces indican lo que podría describirse como la etapa de la radio a válvulas de lo que los primeros cerebros humanos podían recibir y transmitir con algunas interrupciones e interferencias, entonces el cerebro moderno es como Internet: una superautopista capaz de enviar, almacenar, transformar y comunicar grandes cantidades de información diversa. La comunicación deliberada de ideas, el uso de la imaginación y la realización de actividades que puedan tener un valor psicológico o emocional indican la presencia de un supercerebro moderno capaz de articular una mente proactiva y creativa, que piensa y que razona. Las primeras pruebas de ello comienzan a aparecer en el registro arqueológico de hace más de 100.000 años en África.


LA APARICIÓN DE LA MENTE

Los descubrimientos de restos óseos fosilizados indican que los humanos anatómicamente modernos evolucionaron en África entre doscientos mil y cien mil años atrás, pero esos huesos no revelan si los cerebros de estos antepasados eran tan complejos como los nuestros. Las pruebas acerca del desarrollo del cerebro deben interpretarse a partir de los objetos y vestigios presentes en los lugares de residencia encontrados por los arqueólogos. En el África austral, una serie de yacimientos recientemente excavados revelan que, aproximadamente, entre 100.000 y 60.000 años atrás aparecen nuevas características en los patrones de comportamiento conservados por el registro arqueológico. Estas novedosas características no sólo se refieren a variaciones en las prácticas de caza o de recolección motivadas por cambios ambientales, sino que sugieren que la gente estaba empezando a inventar actividades que les servían de ayuda en aspectos sociales, emocionales o psicológicos de su supervivencia en un proceso que podríamos denominar «selección no natural o culturalmente asistida». Estas características suelen asociarse con la modernidad.

La aparición de esculturas y grabados, así como el empleo de pigmentos a modo de pinturas y lápices, no tienen ninguna explicación práctica. Sugieren la invención de actividades conscientes que ayudaban a las personas a aceptarse a sí mismas, a la naturaleza y, tal vez, a través de los sistemas de creencias, a las fuerzas que, desde su punto de vista, gobernaban el mundo natural. Atestiguan que los seres humanos anatómicamente modernos no solo evolucionaron en África, sino que, además, desarrollaron comportamientos que estimularon el desarrollo del cerebro moderno.

Simultáneamente, estaba teniendo lugar un proceso similar en Europa, donde los neandertales, que compartían los mismos ancestros que los humanos modernos que evolucionaron en África, no solo desarrollaron tecnologías para la fabricación de herramientas que requerían una planificación y una toma de decisiones, sino que ocasionalmente también enterraban a sus muertos XIV y usaban adornos personales, tales como conchas y dientes de animales perforados,XV además de plumas de aves. Sin embargo, la existencia de un pensamiento simbólico y su comunicación no es frecuente, consistente ni generalizada hasta la llegada de los seres humanos plenamente modernos a Europa, lo que podría sugerir que la forma del cráneo moderno permitía un mayor desarrollo del área frontal del cerebro, crucial para la comunicación y las habilidades creativas.XVII


LA LLEGADA DE LA MENTE MODERNA A EUROPA

Los seres humanos modernos comenzaron a emigrar a Europa hace unos 50.000 años. Los ejemplares más antiguos de pinturas, dibujos, esculturas, música y adornos personales se remontan a unos 40.000 años y fueron hallados en Alemania, Italia y Francia. A diferencia de los ejemplares africanos conocidos, estas obras son figurativas. Representan animales, personas y seres imaginarios. Estos últimos son los que indican con mayor claridad la complejidad del cerebro que sustenta la mente moderna. Una simple imagen mental de una persona o un animal no requiere necesariamente un cerebro como el nuestro; en cambio, es esencial para concebir una representación en parte humana y en parte animal.

Desde el principio se utilizan las leyes universales del arte propuestas por el profesor neurocientífico Vilayanur Ramachandran. XIX El realismo no siempre fue el objetivo a conseguir. Los artistas simplificaban, exageraban y distorsionaban para cautivar la mente del espectador. Así, empleaban la abstracción, la caricatura, la metáfora, la agrupación, el contraste, el equilibrio y el aislamiento para fascinar y estimular la atención del espectador hacia una realidad virtual con implicaciones significativas para la vida real, y lograron hacerlo tan bien, que los espectadores modernos todavía se sienten atraídos por ellos. Si bien se sitúan muy lejos de nuestras normas culturales, nuestros cerebros visuales no pueden dejar de conectar, descifrar e interpretar con arreglo a nuestro propio tiempo. Aunque las restricciones académicas arqueológicas tal vez no lo permitan, nuestros cerebros pueden advertir que los mensajes eran deliberados y no pueden resistirse a las señales que nos inducen a tratar de leer este lenguaje perdido.

Se desconoce con exactitud qué provocó la aparición y proliferación del arte hacia finales de la última Edad de Hielo en Europa. Las migraciones a nuevos territorios y el estrés de adaptarse a nuevos hábitats podrían haber activado estímulos psicológicos para organizar, regular, controlar o dominar ciertos aspectos de la vida a través de imágenes y relatos. Cabe esta posibilidad, pero los pioneros no fueron los verdaderos creadores de imágenes y ornamentos, sino sus descendientes, que después de varias generaciones habían logrado aclimatarse.

En realidad, es posible que un estímulo más significativo para el arte proviniera de la necesidad de las personas de unirse y relacionarse eficazmente con objeto de sobrevivir en entornos en los que los animales eran mucho más numerosos que ellas. Sobrevivir porque se dispone de suficiente comida y no se pasa frío es solo parte de la historia humana. Para superar las barreras impuestas por el medio ambiente y mantener poblaciones genéticamente viables, los seres humanos tuvieron que forjar buenas relaciones sociales. Esto se logra en parte a través del lenguaje, dado que lo que se expresa mediante el habla a menudo es temporal y puede distorsionarse. Ser capaz de fijar ideas en imágenes proporciona una base más adecuada para el intercambio de conceptos que promueven la cohesión, la colaboración y una adaptación más estable a las circunstancias ambientales conservando, o tal vez regulando, las relaciones entre individuos y grupos. Para mantener el acuerdo y la cooperación, había que desarrollar nuevas formas de negociar, mitigar y mantener un poder secular y posiblemente espiritual. Todas estas vías requerían respuestas meditadas que exigían una comunicación más compleja de ideas, emociones, relatos y metáforas. El arte figurativo y decorativo, que sin duda se valoraba significativamente, puesto que le dedicaban una gran inversión de tiempo, conocimientos especializados y recursos, era un factor importante en este proceso. Es en el arte donde reconocemos las aptitudes esenciales necesarias para establecer relaciones con los demás, la naturaleza y el cosmos, y cruciales para la viabilidad y sostenibilidad de las poblaciones en expansión.


PAISAJE, ANIMALES Y ESTILO DE VIDA HACE
ENTRE 22.000 Y 12.000 AÑOS

En el imaginario colectivo, la Edad de Hielo se asocia con una presencia de nieve persistente y una capa de hielo constante, tal y como el propio nombre induce a pensar. Si bien esto era así en algunos lugares y en ciertas épocas, lo cierto es que no siempre hacía frío ni todo estaba cubierto de hielo (fig. 3). Aunque durante la totalidad del período comprendido entre 45.000 y 12.000 años atrás solía hacer más frío que en la actualidad, el clima era inestable y fluctuaba considerablemente durante intervalos de varios miles de años.

Hace unos 22.000 años, las temperaturas iniciaron un nuevo período que se caracterizaba por ser extremadamente frío y seco en toda Europa; es lo que se conoce como el Último Máximo Glacial. Capas de hielo se extendían por el norte de Europa y los glaciares llenaron los valles de los Alpes y los Pirineos. Con tanta agua transformada en hielo, los niveles del mar se redujeron y la geografía de las costas del Atlántico y del Mediterráneo era bastante diferente. Los ecosistemas también eran distintos y albergaban comunidades botánicas que ya no se encuentran juntas y que únicamente sobreviven en entornos alpinos, de tundra y taiga. Aunque se conocen por los registros de polen, las plantas no se representaron en el arte de ese período, tal vez porque al no ser animadas, no eran concebidas como parte del mundo de los seres vivos.

Los animales, en cambio, son los temas más frecuentes de los artistas de la Edad de Hielo. Incluyen especies que ahora se encuentran más al norte, junto al Círculo Polar Ártico, como los bueyes almizcleros, los renos y los carcayús, junto con bisontes y caballos en el sur de Francia y en el centro de España, además de mamuts, que en estas áreas se extinguieron hace unos 13.000 años. El clima más suave de la costa cantábrica y de los valles protegidos del suroeste de Francia propició la existencia de más ciervos rojos, mientras que los íbices abundaban en los Pirineos. Todos estos animales están presentes en el arte y en los restos de alimentos de este período, aunque la frecuencia con que se representan no siempre se corresponde con su importancia en la dieta humana. Así, por ejemplo, en Cantabria, los íbices representados en piezas de arte mobiliar y adornos, y los bisontes representados en las paredes de las cuevas son poco frecuentes en los residuos de alimentos, donde predominan los restos de ciervos.XX

Los estilos de vida humanos tuvieron que adaptarse a condiciones extremadamente duras. Aunque se produjo una cierta mejoría tras el período correspondiente a hace unos 20.000 años, grandes extensiones del norte de Europa, incluyendo Gran Bretaña, siguieron siendo inadecuadas para vivir en ellas. El clima más cálido y húmedo no reapareció hasta hace unos 15.000 años, pero duró poco tiempo y pronto volvió a aparecer otro breve período frío, conocido como el Último Máximo Glacial, que precedió a un calentamiento más constante.

Grupos de personas que vivían de la caza y la recolección establecieron campamentos bajo salientes rocosos o en las zonas de las cuevas iluminadas por el sol, pero en los casos en que la naturaleza no proporcionaba un abrigo adecuado, construyeron tiendas de campaña o casas con pieles de animales que hacían las veces de paredes, formando pequeños grupos a modo de aldeas. Las hogueras constituían el punto central de todas las comunidades y durante la totalidad del período suelen aparecer como elementos bien definidos rodeados de piedras. El fuego era vital para mantenerse caliente, disfrutar de luz y protegerse de los depredadores, así como para cocinar y relacionarse. No dejar que la hoguera se apagara habría sido una tarea muy importante. La hoguera era el espacio en el que la gente compartía alimentos, información, contaba historias, se reía, cantaba, bailaba, negociaba y se peleaba. Tal vez era el lugar en el que encontraba su inspiración creativa.

Las herramientas y armas se elaboraban con piedra, hueso, asta y marfil. Los distintos tipos varían a lo largo del tiempo y de una zona geográfica a otra, y en algunos casos revelan períodos definidos arqueológicamente. Hace unos 15.000 años, estos kits habían evolucionado hasta el punto de que incluían muchos elementos que habían sido diseñados y construidos para determinadas tareas. Había distintos tipos de puntas de lanzas y de saetas para matar con la máxima eficacia a animales de pequeño, mediano y gran tamaño, así como a aves o peces. Para la pesca con caña utilizaban ganchos y gubias. Todos estos útiles había que elaborarlos y, para ello, antes había que ir a recoger los materiales necesarios. La vida no era fácil, pero era lo bastante próspera como para permitir que los artistas expertos dedicaran muchas horas a producir esculturas, dibujos y pinturas. Así lo atestigua una cuidadosa observación de las características de las pinturas rupestres, de los dibujos grabados y de las esculturas, que en algunos casos pueden describirse como obras maestras.


Fig. 5. Utensilios de sílex para grabar encontrados en La Madeleine, Dordoña, Francia. Conocidos como buriles, al igual que sus equivalentes de metal modernos, los utensilios de sílex se muestran con la punta afilada en la parte superior


En términos de historia del arte, la definición de una obra maestra es aquella que presenta virtuosismo técnico, una destreza revolucionaria y originalidad, traduciéndose en una obra imbuida de poder, a menudo dando una sensación de lo sobrenatural.XXI Muchas pinturas rupestres y arte mueble, como los renos nadadores de Montastruc, Bruniquel, Francia (cat.) y la cabeza de íbice de Tito Bustillo (cat.) revelan estas cualidades cuando se examinan de cerca. En el caso de la primera, la punta de un colmillo de mamut fue transformada con gran maestría concibiendo una representación que utilizaría la forma cónica del material del mejor modo posible y con economía en una composición realista, pero sumamente original, en la que un macho sigue a una hembra de menor tamaño. Los animales tienen la cabeza levantada y las piernas extendidas de un modo que sugiere que están nadando tal y como lo hacen cuando migran. Esta composición permite mostrar al reno lo más grande posible, al tiempo que se extrae la menor cantidad de marfil.


Fig. 3. Mapa en el que se muestra la extensión de las capas de hielo, los glaciares y la geografía de Europa durante la última Edad de Hielo.


Obtener la punta del colmillo llevaría tiempo y requeriría experiencia. Probablemente practicaron un surco profundo alrededor de la circunferencia y luego la cortaron con un hacha de piedra. Acto seguido dieron forma a los contornos de las figuras utilizando cuchillas líticas y herramientas de grabado de punta afilada, llamados buriles, similares a los utilizados actualmente, salvo que estos son de metal, que se podrían sujetar y utilizar como lápices para esculpir y grabar los detalles (fig. 4). El marfil es un material duro y no se puede ablandar con agua, pero la frecuente aplicación de este elemento sin duda contribuiría a mantener el borde de la herramienta afilado. Esculpir los animales exigía muchas horas de duro y paciente trabajo, que tal vez se transformaba en una experiencia meditativa para el artista capaz de representar los animales a escala y con unas proporciones perfectas. La seguridad de una mano experta se puede apreciar en la calidad de los relieves y los grabados. Un examen de la pieza mediante microscopía de imágenes digitales y espectroscopia Raman ha revelado la secuencia de trabajo y la identidad del colorante y/o pulimento.XXII El grabado se realizó después de que las formas básicas se hubieran pulido. Para ello probablemente se utilizó el ocre rojo identificado en la superficie como un pulimento aplicado con agua y un trozo de piel suave. Posteriormente se realizó cuidadosamente el grabado, que no muestra indicios de corrección en diversas técnicas de sombreado que resaltan los contornos del cuerpo, destacan las características faciales y diferencian el color y la textura del pelaje.


Fig. 4. Uso de un buril. Sujetándolo como un lápiz y utilizando la anchura completa de la punta o una esquina en ángulo es posible modificar las características de la línea que se está grabando


Los detalles de secuencias como esta indican el virtuosismo, la destreza y originalidad de un artista cuya obra tenía un valor social y contaba con el apoyo de la comunidad. De un modo similar, la inversión de esfuerzos y habilidades en las pinturas y grabados rupestres da a entender que esta labor, que no aportaba nada a nadie en términos de alimentación o de vestimenta, era considerada, pese a todo, fundamental y enriquecedora.

El equipo utilizado por los artistas no era particularmente especial o complicado, pero reunir todas las piezas necesarias exigía tiempo y organización. Las herramientas líticas empleadas para grabar dibujos en piezas mobiliares, así como en las paredes de las cuevas, no diferían de las que se empleaban a diario para la fabricación de puntas de lanza y agujas (fig. 5). El ocre en polvo, que proporcionaba distintas tonalidades rojizas, amarillentas o terrosas, era un pigmento que se podía aplicar húmedo o en seco, pero también tenía aplicaciones prácticas y se utilizaba con asiduidad en el proceso de ablandar pieles. El ocre es un óxido de hierro que se da de forma natural en la arcilla y que debía obtenerse de depósitos naturales. Es lo bastante blando como para extraerlo en pequeños guijarros mediante una herramienta hecha de hueso o asta. A algunos guijarros se les daba la forma de lápices y se utilizaban como tales; otros muestran una superficie rascada, lo que sugiere que se utilizaron como medida para proporcionar una cantidad determinada de pigmento para una tarea concreta, como resaltar las líneas de un grabado; en cambio, las grandes cantidades de polvo que se precisaban para las pinturas policromadas y coloreadas de las cuevas se obtenían machacando los nódulos en losas de piedra. El dióxido de manganeso, que proporcionaba el negro, tenía que recogerse y prepararse de la misma manera, y el carboncillo se obtenía en las hogueras. La mayor parte de la pintura se aplicaba con los dedos o la base o el borde de la mano, o bien se rociaban con la boca. También es posible que se utilizaran pequeñas bolsas de cuero llenas de musgo para aplicar zonas más grandes de color a la luz que les proporcionaban antorchas de madera o candiles de piedra en forma de platillo en los que quemaban grasas animales y que serían el equivalente de la luz de las velas. En algunos yacimientos se habrían precisado escaleras o plataformas de madera atadas entre sí con cuero sin curtir para trabajar en superficies situadas por encima de la cabeza. El equipo era increíblemente simple, pero los resultados extraordinarios.

En su contenido y destreza, las imágenes hechas a la luz de las antorchas en las paredes de las cuevas y aquellas realizadas a plena luz del día en pequeños soportes comparten muchas características, aunque probablemente existía una relación distinta entre el público y las imágenes de estos lugares. Mientras que los corredores y cavernas de las cuevas pintadas producen pocos hallazgos de restos humanos, el arte mobiliar está rodeado de ellos, lo que ha llevado a considerar las cuevas como santuarios, espacios similares a una catedral, donde los artistas y el público participaban en rituales sociales y/o espirituales. Es posible que estos rituales se llevaran a cabo en amplios espacios comunitarios, mientras que los grabados escondidos en nichos estrechos o bajos sugieren una atención individual. Las huellas encontradas en algunas cuevas indican que los participantes eran adultos, a veces acompañados de niños, pero se desconoce si todos ellos eran hombres, mujeres o si ambos sexos estaban incluidos, y es posible que se produjeran variaciones.

El arte mueble, en cambio, se realizaba y contemplaba a la luz del día. Tal vez se compartía o era personal, y en ocasiones es posible que el acto de dibujar fuera tan importante como el producto final. El naturalismo de algunas obras evoca lo muy cerca que estos cazadores-artistas estaban de la naturaleza, a la vez que su inteligencia los separaba de ella. Esta inteligencia se expresa en su capacidad para simbolizar su mundo en imágenes, a través de las cuales podían darle una nueva forma o incluso trascenderlo mediante la narración o tal vez a través de creencias. Por esta razón resultaron cruciales para la supervivencia y el desarrollo de las primeras sociedades humanas modernas. Aunque se nos escapan sus significados y mensajes, podemos apreciar la calidad y originalidad de estas obras y ver que el cerebro moderno, tanto entonces como ahora, utilizaba el arte, no para reproducir lo visible, sino para hacer las cosas visibles.XXIII


Anotaciones

I M. A. GARCÍA GUINEA, Altamira y otras cuevas de Cantabria, Madrid, 2004.
II A. J. LAWSON, Painted Caves, Palaeolithic Rock Art in Western Europe, Oxford, 2012, págs. 15-105. III V. RAMACHANDARAN, The Emerging Mind, Londres, 2003, págs. 46-69.
IV E. GOLDBERG, The New Executive Brain: frontal lobes in a complex world, Oxford 2009.
V C. DARWIN, The Descent of Man, Nueva York, 1871, pág.83.
VI V. RAMACHANDARAN, op cit. nota ii, Londres, 2003, págs.1-26.
VII J. F. HOFFECKER, Landscape of the Mind. Human evolution and the archaeology of thought, Nueva York, 2011.
IX S. GIEDION, The Eternal Present. The beginnings of art, Nueva York, 1962, págs. 2-3.
X N. MACGREGOR,
XI D. STOUT et al., «Neural correlates of Early Stone Age toolmaking: technology, language and cognition in human evolution», Philosophical Transactions of the Royal Society, B, 2008, vol. 363 (1499),
págs.1949-1949.
XII C. GAMBLE et al., «The social brain and the shape of the Palaeolithic», Cambridge Archaeological Journal, 2011, vol. 21 (1), págs. 115-136.
XIII J. ZILHÃO, «The emergence of language, art and symbolic thinking. A Neanderthal test of competing hypotheses», en C. S. Henshilwood & F. d’Errico (eds.), Homo symbolicus. The dawn of language, imagination and spirituality, Ámsterdam, 2011, págs. 118-119.
XIV P.PETTITT, «The living as symbols, the dead as symbols», en C. S. Henshilwood & F. d’Errico (eds.), Homo symbolicus. The dawn of language, imagination and spirituality, Ámsterdam, 2011, págs. 141-161.
XV J. ZILHÃO, op cit. nota xvi, en C. S. Henshilwood & F. d’Errico (eds.), Homo symbolicus. The dawn of language, imagination and spirituality, Ámsterdam, 2011, págs. 120-123.
XVI C. FINLAYSON et al.,«Birds of a feather: Neanderthal exploitation of raptors and corvids», PLoS ONE, 2012, vol. 7 (9): e45927.
XVII E. PEARCE, C. STRINGER, R. I. M. DUNBAR, New insights into the differences in brain organisation between Neanderthals and anatomically modern humans.
XVIII J. COOK, Ice Age art: arrival of the modern mind, Londres, 2013.
XIX V. RAMACHANDRAN, op cit., nota ii, Londres, 2003, pág. 50.
XX BARANDIARÁN, I., Arte mueble del Paleolítico Cantábrico: una visión de síntesis en 1994. Complutum, 1994, vol. 5, págs. 45-79.
XXI K. CLARK, What is a masterpiece? Londres, 1979.
XXII J. COOK, The Swimming Reindeer, Londres, 2010.
XXIII Citado de Creative Credo, Paul Klee, en H. B. Chipp (ed.) Theories of Modern Art, Berkeley 1968, pág. 182.

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