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Joan Miró y los orígenes del arte

Joan Miró y Josep Llorens artigas visitan la cueva de altamita en 1957

En 1957, cuando Joan Miró buscaba una fuente de inspiración para elaborar los murales que se exhibirían en la sede de la UNESCO en París, visitó las cuevas de Altamira con el célebre ceramista Josep Llorens Artigas, que además era su amigo y colaborador. Observar de qué modo los antiguos artistas habían utilizado el espacio y la forma de las rocas para crear sus obras maestras ejerció una dilatada influencia en la obra de Miró, que se prolongó hasta más allá de 1958, año en el que el artista completó los grandes mosaicos murales del sol y la luna. Fruto de esa visita fue el hecho de que posteriormente prefiriera trabajar sin caballete, en obras de gran formato que pintaba sobre una pared o en el suelo, y de que empleara pigmentos ocres y tonos terrosos. Altamira acentuó la pasión ya presente del artista por el paisaje catalán y su compromiso con el mundo natural, así como el sentimiento de que la pintura es un medio espiritual que expresa la comunión mística entre los seres humanos, la naturaleza y Dios. Esta evocación de la mente consciente es lo que nos conecta de forma tan fundamental con el arte de los tiempos de Altamira.

El modo en que el arte rupestre influyó en Miró se aprecia en sus dos series de grabados Els Rupestres y Grans Rupestres, ambas de 1977. Dotadas de vivos colores y unas formas que nos recuerdan a los dibujos de los niños y a los grafitis, estas obras son la expresión de la niñez del arte. Esta infancia metafórica plasma la influencia de las ideas acerca de los orígenes del arte que entonces sostenían los intelectuales y artistas con los que Miró había entablado amistad durante sus visitas a París en la década de 1930, en especial las de los surrealistas, que se dieron a conocer en revistas tales como Minotaure y Les Documents. En un artículo publicado en 1933 en la primera de estas, Brassaï afirmó acerca de sus fotografías de grafitis parisinos que eran tan universales e intemporales como el arte rupestre y los dibujos de los niños, y estableció una analogía entre la infancia humana y los orígenes humanos. Los escritos del psicólogo y filósofo Georges-Henri Luquet sobre ambos temas respaldaron estos puntos de vista, propiciando el sentimiento de que hubo un tiempo en el que la humanidad estaba en el florecimiento espiritual de la vida.

Los arqueólogos, trabajan con objetos excavados en lugar de metáforas, y tradicionalmente han preferido describir incluso obras decorativas y figurativas no funcionales basándose en su fabricación y uso. De un modo similar, la historia del arte, con sus orígenes en la Ilustración del siglo XVIII, definió las obras clásicas como el mayor logro de las sociedades civilizadas y cultas, separándolas de las creaciones de otras más primarias. La obra de Miró, Els Rupestres, incluye estas ideas, aunando de nuevo la historia del arte y la historia de la humanidad a través de sus metáforas sobre la infancia y los grafitis.


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